miércoles, 5 de febrero de 2014

Cine - Crítica

El amo de la humillación
por José Tripodero

12 años de esclavitud (12 Years a Slave)

Dirección: Steve McQueen
Guión: John Ridley
Fotografía: Sean Bobbitt
Montaje: Joe Walker
Música: Hans Zimmer
Intérpretes: Chiwetel Ejiofur, Michael Fassbender, Lupita Nyong'o, Benedict Cumberbatch 
Nacionalidad y año: Estados Unidos, Inglaterra - 2013 Duración: 134'

No hay forma de que películas como 12 años de esclavitud dejen de aparecer cada tanto, son las que exponen un basural de golpes bajos y falsos humanismos envueltos en un papel de regalo llamado revisionismo histórico -o como sea la excusa- para conmover, irritar o las dos cosas a la vez: aplaudir de pie mientras se llora o se frunce el rostro, aquí frente ante los innumerables golpes, vejaciones y azotes que sufren los personajes de este mamotreto, que seguro arrasará con los premios Oscar. El director de todo esto es el infame Steve McQueen, podemos repasar su prontuario: Hunger y Shame, precisamente, 12 años de esclavitud, su tercer film lo deposita en el walk of shame de directores que se regodean en el sufrimiento de sus personajes, lugar que ocupan meritoriamente Alejandro González Iñarritu, Lars Von Trier, Michael Haneke y Gaspar Noé. Otro rasgo que une a estos directores es el de embellecer la humillación y la muerte. En la escena más inmunda de la película, el señor McQueen decide castigar al único personaje que osa no agachar la cabeza (lo que le dicen a Solomon -el protagonista- que no haga, cuando es transportado en un barco hacia el sur profundo) y lo hace de manera amplificada en relación a los demás latigazos y degradaciones que sufren todos los esclavos: la joven (quién es una suerte de trofeo para el amo) es azotada por el “pobre” Solomon ya que el amo no puede pegarle a su bien más preciado (¡qué conmovedor!) ante la suavidad de los golpes de su “compañero” de cosecha, la joven es finalmente fustigada por su amo (el insoportable Michael Fassbender), con una extensión temporal que sobrepasa la tolerancia de ver como un cuerpo es desfigurado. Al final, por si le faltaba ilustración a la cosa, el director posa su cámara en contrapicado a la espalda en carne viva de la joven.

Probablemente los mismos que elevaron el grito en el cielo por la cantidad de veces que en Django Sin Cadenas se pronunciaba la palabra nigger y/o por cómo se mostraban los “entretenimientos” del reducto Candyland, son los que probablemente justificaran el “valor histórico” de este cuento sin piedad, del cual no importa su procedencia: si es un libro, si se ajusta a los hechos reales o si hay licencias dramáticas; todo es parte de un plano secundario. Incluso el caos narrativo de McQueen queda de lado: el desarme de la historia lineal para empezar por el medio del derrotero de Solomon -ya como esclavo- y luego ubicar el relato en un principio jubiloso, mostrándolo como hombre de familia y libre, que finalmente es engañado, secuestrado y vendido. Todo esto es una contingencia, casi accidental al lado de un virtuosismo formal pero funcional a lo atroz, a la desgracia y a la preciosidad del sadismo. Que aparezca mágicamente el blanco bueno, encarnado por Brad Pitt, que desembucha verdades a toda velocidad que contrarrestan la ideología malvada del amo, es la frutilla oral de todo este catálogo de abyección podrido que es 12 Años de Esclavitud… ¡ah, pero qué bellas imágenes tiene! 

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