Cuando el rumor es más fuerte
por José Tripodero
Dirección: Thomas Vinterberg
Guión: Thomas Vinterberg, Tobias Lindholm
Fotografía: Charlotte Bruus Christensen
Montaje: Janus Billeskov Jansen, Anne Østerud
Música: Nikolaj Egelund
Intérpretes: Mads Milkkensen, Thomas Bo Larssen, Anika Wedderkopp, Lasse Fogelstrom
Desde el arranque La cacería rompe con el verosímil más
elemental, el protagonista es Lucas, un auxiliar de una guardería en un
pueblito de Dinamarca. Que un hombre trabaje en una guardería como “maestro
jardinero” puede tolerarse, ahora que ese sea Mads Milkkensen con su porte de
ejecutivo de una multinacional, vestido con saco y anteojos, quiebra por
completo el contrato social entre realizador y espectador. Si se decide seguir,
lo que viene no es mucho más alentador. Al pobre hombre, que intenta restablecerse
después de un divorcio y reencontrarse con su hijo adolescente, lo acusan de
haber exhibido su miembro erecto a una niñita dentro del establecimiento
escolar, si le sumamos que es la hija de su compañero de caza y mejor amigo,
estamos ante un potencial conflicto en puerta. La inducción por parte de las
autoridades, compañeros de trabajo, padres y otros funcionarios del Estado hace
que todo cobre la forma del mal más temido: el de un abusador de niños en el
seno del círculo más cerrado de la guardería. Lucas comienza a transitar la
senda del acusado sin razón pero sentenciado moralmente por la sociedad, que
mientras más chica peor. Todo desde este punto es cuesta abajo.
No hay posibilidad librada a la
duda, sobre el hecho en cuestión, porque el director convierte a su público en
omnisciente, el espectador sabe que todo es parte de una mentira. La frase “los
niños no mienten” es la excusa perfecta para mantener una estructura tan
endeble como un castillo de naipes, sin importarle demasiado esto, Thomas Vinterberg
sigue hacia delante en su tranco de exponer la miseria de los personajes. Mientras
Lars Von Trier direccionó su cine para otros rumbos –aunque no tan distantes de sus comienzos-,
su ex compañero de travesuras, Vinterberg parece no poder escapar de los fantasmas
temáticos del Dogma 95. Este fallido intento traía un decálogo incluido, que al
poco tiempo devino en una confesión con su firma en una carta de conocimiento público. Casi al
unísono muchos críticos ponían a este “fenómeno” en la misma repisa de la
Nouvelle Vague y el Neorrealismo Italiano, como si se tratara de un movimiento
más en la Historia del Cine. A pesar de mantener temas y motivos de esa época, el director de Todo por amor no ha sabido imprimirle sutileza a sus historias. Si en La celebración un secreto oficiaba como
el vector de un relato sobre el silencio ante un hecho aberrante para
implosionar en la antítesis de ello, en un festejo, aquí lo que se muestra es la contracara; la caricatura del
rumor, que es el camino optado para la representación más vacua de la miseria humana, la cual aparece sin matices y todo de una manera bien rudimentaria para que no queden
dudas de lo que los adultos pueden hacer. Las tonteras fílmicas a veces también
pueden llegar de otras latitudes que no son las de Hollywood.
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