viernes, 31 de mayo de 2013

Cine - Dossier

Sobre el cine de M. Night Shyamalan -sexta entrega-
por José Tripodero

La sexta película del director de Sexto sentido nos sitúa en un bosque tupido y lleno de pequeñas trampas. M. Night Shyamalan emprende el camino de las rispidez absoluta en su cine, ya no sólo con parte de la crítica más conservadora sino también con algunos de sus defensores, quienes ven en este film el camino hacia el cadalso de una promesa para rescatar a Hollywood de la ineptitud y la desidia. La aldea no sólo no escapa de los motivos del realizador sino que los eleva hasta el límite más arriesgado: la hibridez entre misterio sobrenatural, telenovela bien melodramática y una ambientación de época. 


La aldea (The Village, 2004) con Bryce Dallas Howard, Joaquin Phoenix, Willliam Hurt, Adrien Brody, Sigourney Weaver y Brendan Gleeson

Sin importar el género en que se emplacen, las historias de Shyamalan guardan un misterio o al menos un miedo latente. En La aldea surge por el pacto de una pequeña comunidad en Pennsylvania, antes de la revolución independentista, con unas criaturas que viven en el bosque. Tratándose de un film del director de Unbreakable sabemos que esos seres no son exhibidos en el primer plano de la película, sino que se construye una tensión oral sobre la existencia de este peligro y de, además, la posibilidad de quebrar (voluntaria o involuntariamente) ese pacto. Como sucedía en Señales, que lo fantástico servía de envoltura para un conflicto familiar que hacía ebullición en el momento más inoportuno por una invasión aliénigena, en La aldea la estructura de culebrón le funciona a la perfección para suspender en el éter de la historia esa tentadora posibilidad de romper con el pacto: ¿qué pasa si cruzan el bosque prohibido? El miedo lo riegan las supuestas criaturas –porque nunca se las ve hasta entonces- con mensajes amenazantes en las puertas de los aldeanos. La enfermedad grave de uno de ellos planteará el dilema, si atravesar el bosque para buscar a un médico en el pueblo o respetar la regla que los mantiene a salvo. Este opus seis, lo expone a Shyamalan, como un director aceitado en el orden de lo formal pero algo perezoso en las resoluciones dramáticas. Los dimes y diretes de los personajes (probablemente el mejor elenco ensamblado que haya podido reunir el director) tejen una trama telenovelesca, en el mejor de los sentidos. Hacia el final, una de sus marcas registradas: la vuelta de tuerca, le sale por la culata narrativa -en una más que arriesgada decisión- e impacta casi de muerte en el corazón de la historia. Lo que provocó, así, que la mayoría de los espectadores haya visto el árbol y no el bosque.  

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