por José Tripodero
Guión: Mark Boal
Intérpretes: Jessica Chastain, Jason Clarke, Joel Edgerton, Jennifer Ehle y James Gandolfini
Fotografía: Craig Fraser
Montaje: William Goldenberg, Dylan Tichenor
Música: Alexandre Desplat
Música: Alexandre Desplat
Nacionalidad y año: EE.UU. - 2012, Duración: 157'
La polémica suscitada
está ya en el argumento, que es como se llegó luego de una década de
investigación (tras el 11S) a la localización y posterior asesinato del hombre
más buscado por el gobierno de los EE.UU. Como siempre en el cine en general,
no sólo en aquel que pretende retratar un hecho histórico, la disputa se genera
en torno al recorte y por ende a lo que queda fuera de la historia
cinematográfica. Mark Boal, el guionista, socio y mano derecha inseparable de
Bigelow, decidió tender una línea recta en su guión que se inyectó de hechos
concretos y no de especulaciones (por ejemplo, ¿dónde está el cuerpo de Bin
Laden?, ¿por qué no hay fotos? entre varias preguntas). El arco dramático que
construye Boal es fascinante porque compacta los diez años de la investigación,
en los que podemos dividir entre ocho pertenecientes a la era Bush y dos a la
era Obama, en capítulos bien delimitados resumidos por un título, que van para adelante como tromba sin detenerse en situaciones aledañas ni en historias secundarias, de alguna manera es un guión contracorriente de cualquier manual o estructura genérica de como se elabora un libreto cinematográfico.
El inicio con la pantalla
en negro y el audio real de los últimos instantes de víctimas del 11S es lo más
cuestionable porque genera ambigüedad con la secuencia inmediatamente posterior
en la que un agente de la CIA interroga con tormentos a un detenido, es decir
por lo primero parece justificarse lo segundo. En esa segunda secuencia (que termina con
la implementación de “el submarino”) la recién llegada Maya (Jessica Chastain)
aparece levemente asqueada por el uso del tormento, que luego lo utilizará en otro interrogatorio. Sin embargo, el mecanismo de la
tortura es la evidencia del fracaso ya que tal técnica es la que orientó al
estancamiento en la búsqueda del paradero de Bin Laden. Esta joven y discreta
agente comienza a tomar las riendas mientras algunos compañeros se muestran
como instrumentos de la burocracia o deciden volver a Washington después de
haber visto "suficiente". Maya se convierte en líder por obsesión y
por descarte en el período final de la era Bush, en el que las sendas
invasiones a Irak y a Afganistán habían perdido su razón de ser porque cada vez
menos se lo nombraba a Bin Laden como el objetivo número uno. En el film, esta
meseta es la parte más rica porque es el momento de la transformación del personaje,
es el pasaje de la obsesión a la alienación, lo mismo que le sucedía al
especialista en bombas de Vivir al límite.
Ya no importa salvar a la gente o impedir nuevos atentados, sino asumir el
riesgo que nadie quiere, es decir tener las agallas para ir contra todos o
morir en el intento, lo cual no significa que su fin justifique los medios. Su única compañera, en cuanto a género, le dice una y otra
vez que lo importante es evitar que sigan atacando objetivos en occidente
mientras que Maya sólo tiene un nombre y apellido entre ceja y ceja. Su personaje crece proporcionalmente a su obsesión pero no tiene aristas, no es un personaje tridimensional por lo que se le podría tildar de chato, aunque el retruque de tal argumento estaría en la funcionalidad que tendría un perfil más extenso en el que se incluyera su vida cotidiana y social. La respuesta a esto la da Boal, en el momento más distendido de Maya, en el restaurant del Hotel Marriot, le preguntan por su estado civil y la respuesta es el estallido de una bomba que rompe con cualquier charla banal que puede haber entre los personajes. Por este punto, también, se puede reafirmar lo dicho sobre su guión con respecto a ciertas convenciones no respetadas.
La alienación de Maya es
el postulado de Bigelow, no la aprobación o la desaprobación del uso de
tormentos y mucho menos su eficacia para obtener datos valiosos. Es la adicción
como factor de avance, la que se clava en el corazón de la historia. Este
objeto de estudio de Bigelow es una prolongación de lo que sucedía con el
protagonista de Vivir al límite que
terminaba la película sonriente, feliz de estar de vuelta en el campo de
batalla rumbo a un encuentro con una nueva bomba, mientras que Maya luego de
todo lo sucedido deja caer una lagrima, segundos antes de que un avión la
devuelva a Washington. Dos patrones, dos descripciones psicológicas y una
antitesis. En este final de La noche de
la más oscura, Bigelow y Boal dejan la puerta abierta (y tentadora) de
reinterpretar toda esta historia oficial y elucubrar nuevas conspiraciones.
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